jueves, 25 de septiembre de 2008

Educación Escolar Pública


Editorial del Rector de la Universidad de Chile, Víctor Pérez Vera, publicada en el diario El Mercurio.


"La educación escolar pública mejoraría si a ella asistiesen los hijos e hijas de quienes definen su institucionalidad, financiamiento y condiciones de trabajo de sus profesores", afirmó el Rector de la Universidad de Chile, Víctor Pérez Vera, en su editorial publicada en el diario El Mercurio, el sábado 16 de agosto de 2008.

Son las 6:30 de la mañana de un día lunes de invierno. Un bus escolar recoge a niños y niñas en uno de los sectores pobres de Santiago y, luego de tomar una de las autopistas, llega a un colegio privado, emblemático del sector más pudiente de la capital.
Luego de un desayuno abundante, los niños tienen clases en salas calefaccionadas, con mobiliario bien diseñado y material didáctico apropiado. El director asume con liderazgo la conducción de su comunidad educativa, convencido que el éxito de la educación se juega en el aula. Sus profesores están bien remunerados, son competentes en sus materias, se les asigna tiempo para planificar y preparar sus clases y perfeccionarse, y disponen de un centro de recursos didácticos. Los niños acceden a salas de computación, a laboratorios, a la biblioteca. Terminada la mañana, almuerzan una comida nutritiva en comedores amplios. Como es invierno, las clases de educación física se realizan en el gimnasio techado, y en la tarde van a talleres de música, idiomas, deportes, ciencias, literatura y otros.
A la misma hora de ese lunes de invierno, un bus recoge a niños y niñas en uno de los sectores más acomodados de la ciudad. Luego, el bus se dirige hacia una escuela pública ubicada en una de las poblaciones pobres de la capital.
Las clases se realizan en salas sin calefacción y con algunas ventanas sin vidrios. Los niños comparten los libros del curso, pues los que llegaron no alcanzan para todos, además que llegaron atrasados. Las paredes de las salas tienen material didáctico hecho en papel café y que sus profesores preparan en sus casas en la noche, pues el colegio no les asigna tiempo para planificar y preparar sus clases, y no les queda tiempo para perfeccionarse. No hay laboratorios, los equipos computacionales están obsoletos, la biblioteca no es muy surtida, y los profesores -con sus magros sueldos- hacen su mejor esfuerzo para enseñar sus materias. Como está lloviendo, el barro impide que en los recreos se pueda salir al patio, el cual tampoco puede ser usado para las clases de educación física.
Para los niños y niñas del primer relato lo descrito sería un sueño y, para sus padres, una esperanza. Para los del segundo, una pesadilla. Aunque algunos dirán que el ambiente en ambos es una exageración, estoy seguro que nadie querría para sus hijos la segunda experiencia. Lejos de proponer un intercambio de alumnos y colegios, la intención de estos relatos es graficar situaciones de inequidad que hoy existen en nuestro país y que deberían llamar a una reflexión a quienes debaten la naturaleza, propósitos, institucionalidad y financiamiento de la educación escolar pública, hoy focalizada en el proyecto de la Ley General de Educación, (LGE).
Poco se puede añadir a lo que ya se ha dicho y escrito acerca de lo fundamental que es la existencia de una educación escolar pública equitativa y de calidad para la preservación de un país democrático, justo, solidario y socialmente estable. Es hora de poner en práctica las convicciones que se enuncian.
En tal sentido, más que "procurar", "velar" o "propender" a que la educación particular tenga igual trato que la educación pública, que pareciera ser un elemento central del proyecto de la LGE, es hora de que el Estado asuma compromisos concretos y medibles para que la educación escolar pública sea comprobadamente equitativa y de calidad, asignando los recursos correspondientes e instalando exigentes capacidades de gestión y de evaluación del desempeño. En eso está en juego la visión de país que la gran mayoría de la población demanda. Sería una irresponsabilidad y miopía política olvidar que la efervescencia social de 2006 tuvo su origen en la falta de equidad y calidad de la educación escolar pública.
Para la reflexión, un tercer relato. La educación escolar pública mejoraría si a ella asistiesen los hijos e hijas de quienes definen su institucionalidad, financiamiento y condiciones de trabajo de sus profesores.
Para elaborar e implementar políticas nacionales que mejoren la educación escolar pública, primero hay que creer en ella. Pero para creer en la educación pública necesitamos creer que tenemos un país y tener ganas de estar juntos, creer que podemos llegar a ser desarrollados si nos empeñamos conjuntamente con los demás, y estar convencidos de que solos, encerrados en nuestra clase y barrio de origen, no llegaremos más que a disfrutar de un tercermundismo avergonzante.

Fuente: El Mercurio, Sábado 16 de agosto de 2008, página A2.

jueves, 11 de septiembre de 2008

El Conductismo de Libertad y Desarrollo



Si John Watson, el afamado padre del conductismo, estuviera vivo probablemente sería un asesor de Libertad y Desarrollo. Esta corriente de la psicología, nacida a principios del siglo XX, ha estudiado experimentalmente la relación entre los estímulos y las respuestas. Muchos recordarán haber leído o escuchado sobre el experimento de Iván Pavlov, donde un perro aprendía a “salivar” con una campana, sonido que significaba que Pavlov le daría comida. Un detalle escabroso era que Pavlov perforaba la mejilla del animal para medir cuanto salivaba el perro. Pero este artículo no es una denuncia hacia el maltrato contra los animales que realizaron y siguen realizando los conductistas y los científicos en general.

El día 22 de agosto, Libertad y Desarrollo ha publicado en su boletín “Temas Públicos” N° 883 un recetario de cuatro ideas sencillas para mejorar la educación municipal. En resumen estas son: 1) dar incentivos económicos a los directivos, 2) dar incentivos económicos a los profesores por desempeño, 3) entregar mayor y mejor información a los padres, y 4) subsidiar el transporte infantil para que puedan ir a colegios de mejor calidad.

Siempre es interesante analizar qué se esta pensando cuando se plantean medidas que aparecen como sencillas, qué permiten y qué ocultan. En este sentido, me pregunto qué concepción de profesor tiene el Instituto Libertad y Desarrollo (LYD), por sus “propuestas los conoceréis”. Creo que escasamente conocen al profesor y al directivo de la educación municipal. Brevemente podemos reconocer varios tipos, me interesa mostrar dos: el antiguo profesor que vivió la educacion estatal y que fue castigado en sus remuneraciones durante la dictadura, y que perdió el mínimo de seguridad que tenía como funcionario del Estado; el profesor joven que recién se integra y que se enfrenta a la realidad escolar (mercantilizada) donde el alumnado que se atiende hoy no tiene nada que ver con aquel “estudiado” en la Universidad. Para ambos profesores existe un desencanto relacionado con que ya la escuela no es la de antes (ya no es aquella donde era evidente que la escuela era una herramienta de ascenso social). La escuela municipal es la escuela de los pobres. Sin embargo, a pesar de este desencanto, esto profesores prefieren el sistema municipal, que mal que mal es lo más “público” que tenemos en educación. Estos profesores, no todos, tienen una fidelidad emocional con la educacion pública, y están en estas escuelas y liceos porque hay algo más allá de los incentivos pavlovianos que los hace trabajar en ellas, algo mucho más cercano al romanticismo mistraliano que a la competencia conductista.

El profesor como actor social fundamental necesita siempre un buen trato profesional y económico. En la necesaria carrera profesional docente se especificarán los caminos que el docente deberá sortear para avanzar, no dependiendo exclusivamente de la antigüedad. Esto no tiene nada que ver con un Estatuto Docente, herramienta que la “evidencia internacional” reconoce como fundamental para asegurar la estabilidad mínima que necesita una niña, niña y joven para aprender.

Las medidas 3 y 4 de LYD son absolutamente mercantiles. Los mismos estudios nacionales demuestran que los padres no eligen en base a los puntajes SIMCE. Y aumentar el flujo automovilístico con el transporte de niños hacia escuelas más lejanas, me hace preguntar ¿por qué no apoyar mejor a la escuela pública del barrio donde vive aquel niño o niña?

Ni los profesores, ni los alumnos, ni los padres y apoderados estamos salivando como aquel perro de Pavlov. Basta de experimentar. La competencia empeoró nuestro sistema provocando la segregación y exclusión. Apostemos por lo que la misma evidencia internacional demuestra (entre ellas la del mismo Reino Unido citado por LYD): fuertes sistemas estatales educativos, tenemos la inteligencia suficiente para hacerlo bien, al menos la de quienes trabajamos o nos inspiramos en el sistema público.

Jorge Inzunza H.

Magíster en Ciencias Humanas y Sociales


Fuente: Observatorio Chileno de Políticas Educativas. OPECH